lunes, 11 de febrero de 2013


RECLAMO DEL EQUILIBRIO (Manuel Vilar escribió el texto “Reclamo del equilibrio” para el catalogo ASÉPTICOS de Christian Villamide


RECLAMO DEL EQUILIBRIO
(Manuel Vilar escribió el texto “Reclamo del equilibrio” para el catalogo ASÉPTICOS de Christian Villamide en el año 2000)
Manuel Vilar

     Como siempre, y mucho más en este tiempo, el artista tiene que interrogarse sobre que llevar al cuadro, preguntarse que es lo que debe pintar y debatirse o convulsionarse entre lo que se considera arte y lo que no lo es.  Ante esta constante tesitura, algunos cogen por el camino más cómodo y rápido, el de la fácil provocación.  Es este un camino lleno de matices que, por tan manidos y repetidos, dan imágenes fatigosas;  este camino acostumbra a desaparecer pronto en el paisaje, sin llegar siquiera a perderse en diluida línea del horizonte. Mientras, otros, andan por caminos con más rodeos y con la intención, no de romper con una tradición o de buscar lo siempre novedoso, sino para cuestionarse qué representan las imágenes, a qué realidad remiten y, por medio de ellas, procurar buscar sensaciones que lleguen a impresionar los sentidos. Estas sensaciones pueden ser negativas o positivas, pero esto ya depende más de la necesaria y vital participación del espectador en la creación de significado ante una obra artística, en la interrogación ante la misma para llegar al requisito formal de su interpretación.
     Son estos últimos artistas los que más me interesan y atraen, pues, entiendo, son los que más comprometidos están en la procura de ampliar el  campo referencial del arte contemporáneo;  son los que miran por ese hueco que en una puerta pintó René Magritte. Este, en 1935 realizó un cuadro que tituló La perspectiva amorosa. Quizá no debemos hacer mucho caso del enunciado del título, pues todos sabemos que para el pintor belga estos eran una cuestión poética que, como mucho, permitían nuevas posibilidades; pero a lo mejor si debemos hacer caso, pues este pintor trató de hacer siempre una pintura visualmente muy poética.
     Hagamos caso o no al título, el agujero o hueco que Magritte abre en la puerta nos permite, en una primera, mirada, distinguir otros elementos; un árbol – hoja, una casa y el mar al fondo, elementos que no percibíamos, ya que estaban ocultos a esa oquedad, sabemos que estaban ahí detrás.
     Aunque esto no es una pipa podríamos empezar diciendo que Magritte nos está hablando de una simple relación interior/exterior en la que estos espacios están unidos por medio de un elemento de transición. Pero no queremos, ni es este el lugar para analizar la obra de este pintor; lo que nos interesa es la metáfora que aquí se nos presenta y que habla tanto de la naturaleza como de la visión. Lo que pretendía o quería decirnos al abrir ese hueco no era que había un camino más derecho para acercarnos y ver que la realidad aparente que, como mucho, sólo vislumbramos con lenidad; también nos estaba diciendo muchas otras cosas: que lo importante no son los objetos pero si su presencia, mejor dicho, lo que queda da la presencia después de la fugacidad; nos estaba diciendo también las muchas posibilidades de esta metáfora especulativa.  En definitiva, y esto el por lo que traigo ahora aquí a este pintor con este tema, nos está hablando, no de lo que vemos, sino de la aptitud con la que nos disponemos a ver.
     Y por ese agujero abierto en una oquedad es por donde pretendemos entrar con la disposición precisa para aproximarnos a la obra de Christian Villamide, disposición que tiene que ir en una continua relación y desafío entre el mundo natural y el artificial o hecho por el ser humano, entre lo naturalmente crudo y lo   culturalmente cocido, entre lo puro y lo contaminado.  Atravesaremos por ese hueco para entrar en una realidad en la que tenemos que ir relacionando siempre cualidades opuestas y vinculadas por un elemento,  cualidades que enseñan y hablan de una evidente unión con la naturaleza que socialmente fuimos construyendo para adaptarnos mejor a este mundo, En ente sentido la naturaleza también es un artificio construido por el ser humano y en cada cultura tendrán su manera de acercarse e interrelacionarse con ella.

     La naturaleza llegó a ser, para el mundo de las artes, un campo abierto por donde trazar infinitos caminos exploratorios y por los que poder avanzar decididamente cara hacía delante siguiendo las líneas del paisaje rumbo al horizonte,  como buscando dejar para siempre atrás ese algo que ya no llenaba y satisfacía totalmente las necesidades del ser humano (sean éstas de tipo creencial o tengan más que ver con la racionalidad occidental en la que nos desenvolvemos) pero que, al final, la propia naturaleza engullía y ponía límite.
     Pero el acercamiento a la naturaleza no fue siempre imitativo, hubo otros intentos que pretendían confundirse con ella, copiar las formas de su crecimiento vegetal o dibujar nuevas líneas sobre su piel cansada, como intentando abrir nuevos surcos para revitalizarla (Bueys, Pepone, long). Sin embargo la antropización, acelerada por la tecnología y el consumismo aniquilador y alentado este por un desarrollo salvaje, lleva a un distanciamiento de ese referente natural y a una relación menos sacral que pasa de una utilización menos sacral que pasa de una utilización para controlarla a un uso que pone en peligro la propia existencia. Entonces es cuando nos damos cuenta, para decirlo en frase de un poeta portugués, que no caminamos envueltos en un alvéolo de oro fosforescente.
     Y esta toma de conciencia de que estamos sobrepasando los límites de capacidad de sustentación es lo que lleva a la aparición de discursos que pretenden dar forma a esa realidad que habla de la problemática relación entre la naturaleza y la sociedad, problemática motivada por la escala de deterioro y degradación que está adquiriendo la piel  del planeta como consecuencia de este desarrollo económico.
En esta tesitura aparecen discursos que tratan de definir esa realidad problemática. Algunos van más allá de la teorización o de la denuncia e invitan a una reflexión, a una toma de conciencia. Y esta reflexión también se da desde las artes visuales, pero ahora esta reflexión sobre la naturaleza no tiene por que ser obligatoriamente paisajista, aunque tenemos que reconocer que al género paisajístico debemos muchas de nuestras ideas sobre la naturaleza que nos rodea.
     Es aquí donde colocamos la obra  artística de Christian Villamide. No hay una atracción sentimental por lo natural, no es una pintura paisajística ni interpretación o construcción de una naturaleza limitada a un territorio concreto y hecha desde una carga cultural heredada, tampoco es una confusión con ella en un intento de crear una nueva religión en la que el artista sería el nuevo chaman. Pese a todo, la naturaleza es el tema central que domina la pintura de este artista lucense, al menos en esta muestra. Pero su percepción de la naturaleza está muy lejos de la estética derivada del romanticismo e impregnada ahora por el ecologismo. Más bien entendemos que es una pintura que reflexiona sobre esa naturaleza que perdió los límites que la mitifican y se encuentra en una confrontación por su supervivencia, una naturaleza en deterioro o  una naturaleza devaluada gracias a que nos beneficiamos de ella, a la que sacamos promedio y explotamos hasta la extenuación.
     La naturaleza no es tomada aquí como sorpresa ni como reclamo visual, tampoco como genios loci o suma de todas las cosas que pertenecen a un lugar, aunque si como juego de posibilidades. La naturaleza es en este caso, el elemento que permite al artista, mediante la utilización de una cierta gama de recursos, iniciar un proceso indagatorio y creativo que lo lleva a reflexionar sobre su identidad, sobre la sociedad o mundo en que vive y mantiene una comunicación consigo mismo y con sus coetáneos. Es decir, por medio de su creatividad el artista manifiesta y mantiene una relación con el mundo en el que habita. El arte es, pues, una forma de expresión y la naturaleza el sistema que le permite al artista reflexionar, por que sin reflexión no hay arte o como dice Jürgen Parteheimer, no hay contenido, lo que queda es simplemente un ornamentoEstamos ante un artista reflexivo y la reflexión es una de las características esenciales del arte en los últimos tiempos, una cierta herencia de lo conceptual.
     El quehacer artístico de Christian Villamide muestra una relación entre lo natural y lo natural elaborado o trasformado –transfigurado- por el hombre que, en una especulación desmedida para extraer todo el zumo de la tierra, se arriesga a caminar por el borde del precipicio de lo antinatural. Este trabajo es presentado por medio de una cierta carga simbólica y acompañado de una ligera simplicidad o limpieza de todo elemento de complejidad. Pero tras esa simplicidad aparente hay toda una complejidad reflexiva, un trabajo de pensar para luego despensarlo materialmente sobre la superficie del cuadro; como tras esa carga simbólica hay una sintaxis que ayuda a su lectura y posibilita su significado. No se trata de una exaltación llamativa, sino de provocar una tranquila reflexión sobre el arte y su papel en estos tiempos de globalización.
     En los cimientos del arte contemporáneo están, entre otras bases, los desplazamientos objetuales. Los objetos de la cotidianeidad fueron abandonando sus lugares propios y ocupando el espacio antes reservado al arte, entrado en los lugares sagrados de él: los museos.
     Pero la reflexión de Christian Villamide no pretende seguir una política descontextualizadora que continúe elevando lo común u  ordinario a la categoría de arte, sino denunciar que con este desarrollo desigual y agotador de recursos solo tendremos al arte y a los museos para acercarnos a la naturaleza, en un momento en que los museos, como instituciones públicas, están cambiando su papel de espacios mortuorios para el arte a tener un protagonismo más activo y ser centros con arte viva, pero centros inmaculados en los que guardar los restos del naufragio de un desarrollo desigual.
     Los museos son los espacios en los que la modernidad celebrada su nueva ritualidad; pero esto no impide cumplir funciones tradicionales y, así un material cultural cualquiera que entre en estos modernos templos pasará a ser un objeto de arte, un objeto visualmente interesante. La naturaleza que entra en los museos es un estereotipo y, entonces, debemos exclamar con James A. Boon: Why Museums make me sad. 
     El arte de Christian Villamide nos habla de ciertos aspectos de la vida, no nos da retratos de la misma, sino que nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia como seres humanos sobre esta tierra que nosotros pensamos que poseemos pero es ella la que nos tiene a nosotros.
     Aquí muestra o simboliza en imágenes un pensamiento, una cierta manera de percepción de la naturaleza, que es compartida o sentida por muchos de sus coetáneos.
     El suyo es un arte vinculado a la realidad pero interiorizando como actividad cotidiana, diferenciada de las otras actividades diarias que como ser humano tiene que realizar diariamente. Como artista afronta la construcción de su identidad con tal sinceridad, con mucha vitalidad y con paciencia, pues sabe que la impaciencia es una de las señales negativas de la llamada cultura occidental, y mucho más en los tiempos de hoy. Y entenderemos que la identidad es un proceso de búsqueda y de conocer a ser consciente del lugar desde el que te quieres expresar y a quien te quieres dirigir.
     En sus cuadros procura descomponer la representación en dos niveles o módulos, en los que el protagonismo tiene ese rugoso fondo blanco sobre el que se incorporan objetos-restos, residuos de tuberías de cobre, queriendo darle  a estos objetos que implanta en el cuadro un carácter sígnico, es decir, un sentido socialmente codificado. Esta división del cuadro se corresponde con esta representación de afrontar la naturaleza desde dos puntos divergentes, representación que lleva a cabo mediante la contraposición de elementos que simbolizan condiciones distintas que divergen de una realidad u origen común. Este contraste es el que nos tiene que hacer conscientes de esos dos opuestos que, por el momento, parecen no poder converger.
     No debemos mirar a los cuadros de Christian Villamide tan sólo por las cuestiones formales sino por el mensaje que nos quiere transmitir y que nos habla de sus sentimientos cara a la naturaleza y de esta como ámbito en el que el hombre se tiene que dar cuenta de su minúscula talla. Pero aunque esta reflexión se hace desde una óptica que podríamos considerar como próxima a lo conceptual, aquí el artista busca la esencia profunda de la pintura, disfruta con los materiales, goza pintando y trabajando el cuadro; más incluso, sabe transmitir esa deleitación al espectador como invitándonos a que no perdamos la sensualidad, que esta es aún la mejor manera de acercarnos al arte y , también una manera de romper con la uniformización cultural, de reivindicar la natural y enriquecedora diversidad. En definitiva, Christian Villamide nos ayuda a abrir un hueco en ese muro levantado por la opulencia para acercarnos a esa otra realidad oculta, para decirnos que las formas visibles están hechas de realidades no visibles.
                                                                                                                       Manuel Vilar

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